Llueve sin descanso. Y eso se traduce, como en la mayoría de ciudades del mundo, en caos. El ruido de las sirenas no da tregua y hoy ha hecho las veces de despertador, eclipsando su detestable alarma. No eran ni las 6:30 de la mañana, pero aquí eso no es ni pronto. Abro Twitter y voilá: accidente en William Nicol Dr con Mattie Ave. La cuenta de @DriveGp, que informa del tráfico, no da abasto esta mañana. Y es que si en un día de sol cualquiera, los accidentes se cuentan por centenas, tras una semana de fuertes lluvias (gentileza del ciclón Dineo que ha golpeado recientemente Mozambique y algunas zonas de Sudáfrica), el dato puede ser demoledor.

En poco más de dos meses he visto seis coches volcados en el arcén, la mitad de ellos siniestros total. Y eso que el trayecto más largo que hago es de 6 minutos (unos 3 km, 1,8 millas para los yankees) y no cojo el coche todos los días. Por eso no me sorprendió el alarmante dato que se publicó en Navidad: del 1 al 19 de diciembre se produjeron 684 accidentes fatales en las carreteras sudafricanas. Una tercera parte de estos con peatones involucrados. Tampoco me resulta raro debido a las pocas facilidades que les ponen. No empezó mejor el 2017. El 1 de febrero se registraron 110 heridos en las carreteras del país en tan solo 4 horas.

En general, os conductores sudafricanos (al menos con los que me he cruzado hasta ahora), son mucho más educados al volante que mis paisanos y que yo misma. USA me serenó al volante y España saca lo peor de mí: haciendo siempre malabares entre dejar distancia de seguridad y que no se me cuele medio país en una incorporación de una carretera cualquiera. Aquí la historia es otra. Hoy, sin ir más lejos, un taxi comunitario, alias los fitipaldis se ha averiado (también tendrán derecho) obstaculizando el tráfico en el sentido de la marcha por el que yo circulaba. Me asombro cuando llego a la altura del vehículo parado: había una cola de unos 20 coches en cada sentido y cada uno guardaba respetuosamente su turno, sin colarse, sin hacer sonar en cláxon, sin prisas y dejando más distancia de seguridad de lo requerido para facilitar la marcha. Quizá os resulte pedante pero en Sandton, al menos, también se suelen hacer los cedas y las rotondas como marca el reglamento e incluso usan los intermitentes.

Sin embargo, siempre hay una excepción, yo los llamo los «fitipaldis»: dícese de los conductores de los vehículos comunitarios, exentos de cumplir las reglas de tráfico o al menos eso creen ellos. Y son, por tanto, los principales accidentados y culpables de muchos incidentes. No hay paradas, ellos se detienen donde y cuando quieren. Adelantamientos por la acera o circular por el carril contrario para evitar atascos son infracciones habituales no penables para ellos. Y, claro, luego vuelcan. Y se masca la tragedia porque el cinturón de seguridad no se estila, o no hay o no da para los hasta cuatro pasajeros que se apretujan en cada hilera de asientos, más estrechas que las de un Fiat Uno. Y aún así hay que darles las gracias porque de no existir éstos, el tráfico sería todavía peor en hora punta. Pero no están solos en este cometido: Uber, taxis y autobuses también contribuyen a desatarcar las congestionadas vías de la ciudad.

Pro-Uber

El revuelo levantado cuando Uber tomó la capital española es un juego de niños comparado con el percal que se montó cuando aterrizaron en Jo’burg. A pedrada limpia, no digo más. Me cuentan que el tema se ha enfriado un poco. Que me perdone el sector del taxi pero me confieso fan de dicha aplicación para moverse por Jozi. Aquí mis motivos. No voy a entrar en detalles escabrosos ni a contribuir, más todavía, a crear alarma, pero me han contado historias en primera persona de «aventuras» a bordo de un taxi de las que no quiero ser protagonista. La alternativa para evitar riesgos innecesarios y costosas tarifas es el Uber. En Jo’burg funciona a la perfección, es rápido, cómodo y baratísimo. Para que os hagáis una idea, un trayecto de 4 km en un Uber regular suele costar entre 2 y 3 euros (un precio en el mismo orden de magnitud que el de un billete sencillo de autobús en Barcelona).  Aquí, al menos, hay tres tipos de servicio según el tipo de vehículo que desees: el UberX que suelen ser coches tipo Toyotas, Hyundais, más modestos y, por tanto, más baratos; el UberBLACK que es la versión de luxe (BMW, Audis o siminar) y suele costar el doble y los todoterrenos UberSUV, que serían los más costosos. Además de ser un medio de transporte hasta 4 veces más económico que el taxi de toda la vida, aquí es, aparentemente, más seguro. Me explico. Cada conductor y cada cliente debe estar registrado (con datos reales, ID, etc) en la app y tras el servicio puntuarse mutuamente. Muy conveniente también es el hecho de que los pagos se realizan a través de la app por lo que no es necesario llevar cash encima. Así que por ahora cambiamos de coche a diario y no nos planteamos comprar un segundo vehículo.