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«Hay que ir Goldfield a cubrir una excavación porque nos dicen que puede haber un cuerpo de mediados del siglo pasado enterrado en la Goldfield Gift Shop. Pregunta por Berrie Berry», me comenta H de Stephens Media.

Llegado el día me desplazo hasta allí, y ni caigo en la cuenta de que el lugar está delante del famoso y escalofriante Goldfield Hotel. Escoltada por mi amiga Miriam, nos adentramos al sitio indicado, donde nos recibe Lisa Thomas, la dueña de la tienda más genuina del Nye County. Caemos rendidas ipso facto a su brutal friquismo. Los instantes previos se convierten en horas de espera que aprovechamos para sonsacarle algo información acerca del acontecimiento que nos ha llevado allí. Nos cuenta con la boca pequeña, como para ella misma, y con voz templada, que desde pequeña tiene una sensibilidad especial: contacta con espíritus. Esta afición suya de hablar con los muertos la llevó a finales de los 70 a instalarse en este pueblo casi fantasma y fue entonces cuando adquirió la tienda que hoy regenta. Comenta que para la renovación del local contó con la inesperada y desinteresada ayuda de sus amigos a los que no ve, pero sí siente y escucha; y que éstos, entre otras cosas, le acercaban las herramientas. Me estremezco y me asombro, a la vez, de la naturalidad con la que comparte tan sensible información con dos desconocidas. Nos confiesa en un alarde de sinceridad que tiene especial predilección por una joven «mujer» de unos 10 años -edad que intuye por la voz y por la manera de hablarle-, dice. Con el corazón en un puño, nos explica que su «amiga» lleva semanas pidiéndole ayuda porque está atrapada en el escabroso sótano de la tienda y que necesita ser liberada. Para ello, ha llamado a un grupo liderado por el medium Berrie Berry (de Vegas Valley Paranormal) y a John Cushman, que está al frente del GTOPs Team (Ghost Town Operations).

Berrie llega el primero, y nada más entrar al lugar nos alerta de la presencia de un «bad man» (hombre malo), que atemoriza a los jóvenes espectros del pueblo. Sube al piso de arriba (dónde dice sentir la presencia) para interactuar con él, y al rato baja sudoroso, pálido y temblando.  Dice que el «vecino indeseable» (más conocido como «bad man») esta muy enfadado con Lisa en particular y que no quiere que se lleve a cabo la excavación. Hecho que añade emoción y tensión al asunto. Sin embargo, este pequeño percance no aparta a estos valientes con una sensibilidad espacial de su cometido. Una veintena de curiosos se apuntan también al evento, la mayoría gente del pueblo, como la pareja entrañable que, además, son dueños de la radio local. El último en llega es John Cushman y sus Cazafantasmas. Nos acompaña en este viaje por lo espiritual el comisario del Court House, que me dice que puedo fotografiar y preguntar cuanto quiera pero sin interponerme en el camino de aquellos que quieran participar de la excavación. No estoy entre ellos. Dicho esto, Berrie toma la palabra para seguir alimentando mis temores: «Hay gente más sensible que otras, más propensa a sentir cosas, sólo quiero advertiros que si encontramos algo es posible que os llevéis una parte de ello a casa», nos alerta. Y se queda más ancho todavía de lo que es. La primera baja de la tarde es un turista italiano asombrosamente parecido a Francesco Totti, vestido de blanco impoluto y con un «discreto» cinturón Dolce y Gabbana, que por lo visto pasa de llevarse ningún de recuerdo de esta experiencia a su país natal. A diferencia de él, nosotras hacemos de tripas corazón y decidimos quedarnos.

12pm, empieza la excavación en un escenario de película de miedo -o de CSI, según se mire-. El primer hallazgo son dos pétalos de rosa, según ellos momificados, los allí presentes comentan cada detalle de las hojas y se lo pasan de unos a otros.  «Si vamos a estas velocidades nos dan las 3 am», pienso. Excavan sin prisa pero sin pausa, Berrie es relevado al fin por un escuálido individuo, le sigue, ansiosa, la dueña de la tienda. Mientras excava el comisario -último en unirse a la exploración-, Lisa y Berrie se retroalimentan y comparten sus sensaciones con nosotras, dándonos detalles escabrosos como que en aquel lugar hay mucha energía debido a que la «amiga» de Lisa murió de forma violenta. Los dos expertos buscan con la mirada la aprobación de su colega John, que no participa esta vez y se retira en un discreto segundo plano para firmarlo todo con su cámara con ultravioletas. Mientras tanto yo voy anotando todos los detalles de la historia que van adaptando según las pruebas que van encontrando. La ausencia de huesos y el afortunado hallazgo de lo que parece un crematorio enterrado, les hace replantearse su relato: quizá la «joven» fue quemada y, por consiguiente, no habrá cadáver como tal. Mi gozo en un pozo, con lo que he aprendido al respecto gracias a Bones. Al rato y sin forzar, descubren una especie de polvo distinto al resto -siempre según su versión- que catalogan como posibles restos humanos. Para que tenga más veracidad, si cabe, deciden enviar una prueba a la Universidad de Las Vegas. Llegados a este punto, Miriam y yo nos damos por satisfechas, recogemos los bártulos y nos vamos con la música a otra parte y, al parecer, no nos vamos solas. Desde entonces, las gatas de mi vecina no paran de hacerme visitas a casa, y hay quien dice que lo gatos son capaces de ver los espíritus…o eso, o hay ratoncitos en casa.

El Fin del Mundo empieza aquí.

Goldfield, Nevada (USA).

Tonopah es un sitio de paso construido, como tantos, alrededor de una carretera. Da cuenta de ello la plaga de moteles y gasolineras que hay. Está a medio camino de Las Vegas y Reno. 215 millas separan este pueblecito de la ciudad del pecado y sólo tres pueblos en el camino: Goldfield, Beatty e Indian Springs. Si vas dirección Reno, la situación no cambia demasiado: tienes Hawthorne, Schurz, Fallon, Femley y Sparks. No hay mucho más en Nevada. Por tanto, mejor llevarse bien con los pocos vecinos que hay. Aunque con algunos es mejor ni cruzarse.

Tenemos la maldita suerte de tener Goldfield a tan sólo 30 millas. Quizá el nombre os suene. En él se han grabado numerosas películas de miedo. Entre ellas, «Los fantansas de Goldfield» (2007). No la vi entonces y, sinceramente, no creo que sea sano verla ahora. El pueblo en cuestión está incluido en las rutas turísticas de ciudades fantasmas (Ghosttowns). Incluso hay un programa de televisión llamado Ghost Hunters que investigó el Goldfield Hotel en busca de actividades paranormales. Si es que lo que no pase en Estados Unidos, pasa en Nevada.

Ávidos de emociones fuertes y retados por el aburriemiento, seis imprudentes decidimos hacernos los valientes y entrar en el mencionado hotel. «All for fun» como dicen aquí. Cuando buscábamos un hueco por el que poder acceder al siniestro lugar, aparece un hombrecillo -de unos 20 y tantos muy al llevados- cruzando torpemente la carretera y nos dice: «los espíritus os robarán el alma«. A lo que las dos valientes respondimos con una retirada. No fue el miedo la razón de nuestro abandono sino el cariño que le tenemos a nuestra alma. Abrimos la veda. «Si no puedo salir del hotel solo –dijo otro del grupo-, no entro«. Y con su intervención animó al otro no-convencido a quedarse fuera. Al final, sólo dos desafiaron a los espíritus y al «fantasma». Restándole importancia al delito y haciendo gala de una gran habilidad para trepar entraron al hotel acompañados por el guía americano. Esto es lo que nos contaron.

Dice la leyenda que el dueño del hotel, un burgés de Goldfield, había dejado embarazada a una prostituta, a la que tenía encerrada en una de las habitaciones. Allí, atados a un radiador, dejó morir a madre e hijo. Cuentan que en esa estancia aún había flores y algún que otro peluche…Todavía un poco incrédulos, los dos osados se desplazaban -palo en mano, eso sí- de un habitáculo a otro a ciegas, palpando las paredes. Ésta era una de las reglas del guía: No luces, no móviles. Dando bandazos llegaron a un salón con un piano de cola. Las notas llegaron hasta el coche donde estábamos los otros cuatro valientes. Sin más, se dirigieron al Lobby del hotel. Elvecino de Goldfield les invitó a pasar la mano por unos casilleros donde habían estado las llaves de las habitaciones. «Allí donde sintáis corriente, aire, es donde habitan los espirítus que van a robaros el alma» –les dijo. Lo cierto es que el americano se divirtió de lo lindo intentando asustar a los nuevos visitantes. Y en ocasiones lo logró. Como cuando visitaron la tercera planta. Allí, en la oscuridad, uno de los atrevidos chutó «algo» y sin mirar al suelo el americano adivinó que se trataba de una paloma muerta. No se equivocó. Dos horas duró la expedición fantasma por el Goldfield Hotel. Lo más aterrador, según ellos, fue el hombrecillo que se cruzó en su camino.

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